Una sociedad está conformada principalmente por los penúltimos en esa escala capitalista y patriarcal jerarquizada. Los penúltimos es parte del llamado 99%. La élite es ese 1%, esas élites políticas y económicas que lo controlan todo, que se aprovechan del sufrimiento y del poco bienestar que posee ese 99%. El último es el diferente, el que llega de fuera por necesidades y que, por consiguiente, se encuentra en un estatus inferior al penúltimo. El 1% es la élite neoconservadora que acapara el 82% de la riqueza mundial. Esta élite hará todo lo que esté en su mano para mantener sus privilegios, y un peligro para ese 1% es el 99% pobre.
Con un despertar creciente a mediados del pasado siglo, con movimientos sociales, con una movilización masiva de la mujer en la vida pública — impulsada por su incorporación al mercado laboral — y con la insurrección de partidos políticos que ponen contra las cuerdas a la élite neoconservadora, ¿qué artimañas efectuará ésta para defenderse? La mejor forma de debilitar a un grupo es dividirlo, enfrentarlo. Por ello enfrentan al penúltimo contra el último. Enfrentar al trabajador nacional contra el inmigrante extranjero. Un enfrentamiento basado en bulos y exaltaciones nacionalistas para que los trabajadores vean como fuente de su problema al inmigrante.
Una gran forma de enfrentamiento es el alarde del sentimiento nacional, cuyas élites defienden. Aunque ello lleve a paradojas como que, pese a su autodefinición patriótica, tributen en paraísos fiscales extranjeros. Los movimientos de ultraderecha que surgen en Estados Unidos y Europa desde la última década no son movimientos antisistemas, son la respuesta neofascista que ha causado la política neoliberal. Por ello no es difícil ver en los parlamentos como neoliberales y ultraderechistas votan lo mismo.
La lucha del penúltimo contra el último se puede observar en discursos como "¡Los españoles primero!" o el "America first!" de Donald Trump. El presidente estadounidense es un vivo ejemplo de esa élite acomodada, de ese 1%, que echa la culpa al extranjero de tus problemas, cuando el culpable de tus problemas es del gobernante que destruye tus servicios públicos, es decir, del propio Donald Trump. Sin embargo, es difícil arrancar el ideario xenófobo de la gente a la que le ha calado el discurso — basado muchas veces en datos falsos y que son fácilmente falsables — de Trump, de Le Pen, de Casado o de Rivera. Es difícil hacerles ver que el culpable no es el último. También son víctimas de su propio odio y/o de valores familiares conservadores construidos muchas veces en base al discurso falso de los políticos antinmigración. Hace falta educación, juicio crítico e información para no ser víctima de los discursos del miedo.
El problema de la situación de la sanidad pública, del empleo, de la educación pública, no es del inmigrante, sino del que gestiona ese servicio público, de los recortes y, en consecuencia, de la política neoliberal aplicada. No obstante, harán que te pelees con el último para que no veas el verdadero problema. Y, para ello, surgirán bulos o fake news sobre inmigrantes y refugiados que te creerás y que en realidad serán falsos: bulos como la propagación de enfermedades que descartó la Policía Nacional; que el Gobierno daría papeles y 600€ al mes a los inmigrantes es falso; el vídeo de una supuesta agresión de un inmigrante en un hospital español, cuando fue una agresión en un hospital ruso; acceso gratuito a la universidad para refugiados, también falso; Cruz Roja confirmó también que los inmigrantes del Aquarius no tiraron su ropa a contenedores, sino que es retirada después del tratamiento sanitario; un vídeo de inmigrantes violentos en España resultó ser en realidad Brasil; que España paga 2.400€ a todo inmigrante parado, también es falso. Todo esto son bulos para desinformarte y que han quedado probados como falsos. Es obvio que habrá casos y acciones intolerables por parte de inmigrantes pero, al igual que con españoles, son minorías, porque la estupidez humana no tiene bandera.
Pero los bulos también los crean políticos, como Pablo Casado: el supuesto efecto llamada tras la acogida del Aquarius resulta ser falso, ya que el repunte de la inmigración africana llegó en 2016 con el PP; el supuesto "estudio policial" que afirma que hay millones de inmigrantes esperando entrar a España también resultó ser inexistente; que el Estado de bienestar no es sostenible con los inmigrantes también es falso, según estudios los inmigrantes aportan en impuestos más de lo que reciben en prestaciones sociales, además de que en España la inmigración resulta imprescindible según el FMI y nuestro país necesitará 5,5 millones de inmigrantes durante los próximos 30 años para poder sostener las pensiones.
No hay que creerse estos bulos, la información hay que constrastarla. Un inmigrante que recibe el paro, no lo recibe porque sí, sino porque ha cotizado. Si un inmigrante o un español no cotiza, no recibe ayudas. Los que están en contra de la sanidad universal no entienden que retirar la tarjeta sanitaria conlleva mayores costes, ya que es más barato atender a un inmigrante en sus inicios de enfermedad que de urgencia por gravedad.
El problema no es la inmigración latinoamericana o asiática, sino el que ha dejado deteriorado el Estado de bienestar — que es precisamente por lo que se suele criticar la inmigración —, con recortes presupuestarios y de plantilla que se traduce en un deterioro del servicio público. Así mismo, la creencia en el peligro de la inmigración ha llevado a una sobredimensión del asunto: los españoles creen que hay un 23,1% de extranjeros cuando realmente son el 8,8%.
Hace medio siglo nuestros abuelos y abuelas emigraron sin racismo, principalmente a América Latina, por la guerra civil y la posterior dictadura franquista. Hoy cientos de miles de jóvenes españoles han emigrado por la crisis económica — si se hace por una crisis, imagína por una guerra o hambruna —, principalmente al norte de Europa, los cuales reciben discursos racistas, igual de intolerables, por ser españoles. La inmigración no es por turismo, sino por miseria y/o guerras. No es por gusto. El inmigrante o refugiado no quiere venir, está obligado a hacerlo o morir en el intento. Cualquiera huiría de un país en una guerra que ha dejado a día de hoy más de 500.000 muertos a la vez que tienen el yugo de Daesh en el cuello.
La gente que echa la culpa al último no solo lo hace por la xenofobia inducida por la extrema derecha, sino por aporofobia, por miedo al pobre. A la gente le da igual un africano rico, lo que le preocupa es el africano pobre. Tenemos la inquebrantable creencia de que los terrenos son nuestros, cuando el planeta es de todos y todas. La libre circulación de personas es un derecho. Igual que el desconocimiento de una ley no exime de su cumplimiento, el desconocimiento (o ignorancia) de los Derechos Humanos no exime de su cumplimiento.
El Aquarius era un barco cargado de cientos de personas, principalmente de mujeres — muchas de ellas embarazadas — y niños, que huían de una guerra. Si alguien cree que dejar ese barco a la deriva y sin atención sanitaria y alimentaria era lo correcto, es que tiene un problema de humanidad severo.
Es curioso que los mismos que mantienen discursos xenófobos son aquellos machistas del "ni machismo ni feminismo: igualdad", son aquellos de "el toro no sufre", son votantes de la derecha política. Trump y los partidos ultraderechistas europeos son los principales adalides de la xenofobia actual. No obstante, las ideas xenófobas tienen cura, sobre todo cuando son en base a informaciones falsas, bulos o ignorancia, lo peor es cuando esta xenofobia es, además, en base al color de la piel del otro.
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