Explosión de la bomba Tsar (la mayor bomba termonuclear detonada de la historia), perteneciente a la Unión Soviética, y detonada el 30 de octubre de 1961 en Nueva Zembla, Rusia.
A día de hoy, y 71 años después de los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, donde murieron 246.000 personas a manos de EE.UU, hay 15.695 bombas en todo el mundo, entre nucleares y termonucleares.
Rusia tiene unas 7.500 ojivas nucleares en total, de las cuales 1.720 están activas. Estados Unidos tiene al rededor de 7.200, de las cuales 2.150 están operativas. Francia tiene unas 300. Reino Unido cerca de 215 ojivas. China unas 260. India entre 110 y 120 ojivas. Pakistán entre 120 y 130. Israel al rededor de 80. Corea del Norte unas 10.
Estas armas de destrucción masiva han llevado al miedo hasta a los países poseedores de ellas. Existe el Tratado de No Proliferación Nuclear firmado por 190 Estados, entre ellos España. También está firmado por cinco países con arsenales nucleares (EE.UU, Rusia, Reino Unido, Francia y China), los otros cuatro no lo han firmado (India, Israel, Pakistán y Corea del Norte). El tratado se compromete a la no utilización de estas armas contra países no nuclearmente armados, a no dar información nuclear a ningún otro Estado, y a la progresiva reducción y desarme de sus arsenales nucleares.
Las armas nucleares son un error humano. No sirven. Solo destruyen y matan masivamente. Solo sirven para meterse miedo entre Estados. Solo sirven para nuevas guerras frías. También sirven para que venga un Donald Trump y se le vaya el dedo. Sirven para que caigan en manos de organizaciones terroristas. Las armas nucleares pueden llevarnos a la autodestrucción. A la extinción. Los Estados deben comprometerse, no solo por el bien de sus países, sino por el bien de la especie. Por el bien de la humanidad hay que acabar con todas las bombas nucleares y termonucleares. El desarme nuclear debe ser un hecho. Y aquí no valen las palabras, valen los hechos.
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