El germen de un conflicto tiene su recrudecimiento en la polarización de bloques. Los conflictos político-militares se ven representados por un sistema de actores o bloques que, generalmente, es bipolar. A nivel militar representados antes, sobre todo, entre Estados, y a los que hoy se suman nuevos actores como las organizaciones terroristas o los grupos paramilitares. Conflictos – armados o no –convertidos en una polarización donde solo existe el blanco y el negro. Sin embargo, lo que queda en medio es la zona gris.
La eliminación de la zona gris es algo que se persigue por los dos actores principales del conflicto, por las dos posiciones en disputa. Es su punto de nexo común. En casi todo enfrentamiento se persigue dicho fin. Entienden la disconformidad como un 'estás conmigo o sin mí'. No hay puntos intermedios, no hay una tercera vía. Por ello, lo necesario para encontrar la solución al conflicto pasa por alimentar la zona gris.
La situación de la crisis catalana parece no tener fin. Un conflicto político absolutamente polarizado entre independentistas y unionistas – blancos y negros –, donde las necesidades y problemáticas sociales pasan a un segundo plano. Un segundo plano no solo para los políticos, sino también para la propia sociedad civil. La zona de coexistencia, la zona gris, cada vez está más diezmada, empujada a ser residual. Aquellos actores políticos que apuestan por una tercera vía a la crisis catalana, por fortalecer la zona gris, son acusados por los polos de ser lo opuesto: los independentistas les acusan de españolistas y los españolistas de independentistas. La traducción en la propia sociedad no es muy diferente, ya que se puede ver reflejado en las elecciones autonómicas, donde quienes apuestan por esta alternativa alejada de los bloques son la quinta fuerza política del Parlament.
El conflicto catalán es un ejemplo de la polarización de bloques, lo que puede distinguirse en la mayoría de crisis políticas, como en el brexit o en el conflicto ucraniano. Así mismo, a nivel político-militar – el cual representa una mayor gravedad al hablar de situaciones de violencia – también es distinguible esta polarización. Debe quedar claro que buscar la coexistencia fortaleciendo la zona gris no significa apostar por la equidistancia. Un ejemplo de la importancia de la zona gris es en el terrorismo yihadista y la islamofobia.
ISIS ha hablado abiertamente de eliminar la zona gris como espacio de tolerancia, para con ello abrir un conflicto y destruir los espacios comunes – cabe mencionar un artículo del periodista Antonio Maestre sobre esta problemática: ver aquí –. Tras los atentados de Bruselas de 2016, donde murieron 32 personas, se viralizó un hashtag que decía #StopIslam, posteriormente se descubrió que fue lanzado por cuentas afines a Dáesh. En el polo opuesto están los islamófobos, los cuales viralizan bulos para acusar a todo musulmán de terrorista. Dáesh y los islamófobos – y la extrema derecha – se necesitan, son aliados. Y los que comparten los bulos son los tontos útiles del yihadismo. Con estas estrategias de unos y otros se busca tensar más la burbuja, buscan explotarla, eliminando el sentido común y la cordura, eliminando la zona gris, el espacio común de coexistencia.
En una guerra la primera baja es la verdad. Cuando se polarizan los conflictos se alimenta el odio, desaparece la zona gris, desaparece el diálogo. Emergen las posiciones extremas, crecen los ultranacionalismos, crecen los fantasmas. La tensión se recrudece y el conflicto estalla en sangre. Los conflictos político-culturales se salvaguardan cuando la zona gris crece, ya que es la que permite la coexistencia.
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