jueves, 11 de abril de 2019

Los fantasmas del miedo


Estamos atrapados en la más absoluta inmediatez, en una sociedad rápida e individualista, en una vida efímera donde los golpes son la norma. Una rapidez e inmediatez instantánea donde la vida se nos pasa y no hacemos nada, nadando en un mar de soledad. En un mundo que es un chiste, en el cual todo se complica. ¿Qué es mejor, intentar salvar al mundo del atontamiento y de su propia extinción o es mejor que un meteorito nos evapore?

La gente vive con miedo a sus sombras, pero no dicen nada. Miedo a dar un paso y caer, una vez más. Lo que genera cansancio. Y, además, autocensura. Constantemente nos estamos limitando, anclados en un bucle, sin expresarnos, sin atrevernos, sin abrirnos. Cerrados en nuestro propio ser.

Como señalaba Mario Benedetti, "nos pasamos toda la vida soñando con deseos incumplidos, recordando cicatrices, construyendo artificial y mentirosamente lo que pudimos haber sido; constantemente nos estamos frenando, conteniendo, constantemente estamos engañando y engañándonos; cada vez somos menos verdaderos, más hipócritas; cada vez tenemos más vergüenza de nuestra verdad". Nuestros sueños y objetivos no se cumplen o no se tienen de manera consciente, inventándonos historias en nuestras cabezas, engañándonos a nosotros mismos. Tampoco recurramos a un destino o a un karma que no existe. Dejemos de dar pena. Existimos nosotros, no estamos determinados por ninguna magia, estamos muy solos.

Llenamos nuestros vacíos en el consumo. Un consumo efímero e insostenible con la vida. El capitalismo se aprovecha de ese vacío para vender, vender y vender. Construyendo una felicidad artificial. Pero si te sales de ese guión social, del camino, no tienes ningún tipo de felicidad, ni siquiera artificial. La cuestión es qué hacer, ¿vivir una ignorante artificialidad o vivir una sufriente realidad?

La vida es un teatro, una representación  y menuda representación . Nadie dijo que nos pondrían tantos palos en las ruedas. Pero, ¿qué sentido tiene? La vida no tiene sentido ninguno en términos objetivos, si se quiere buscar ese sentido debe darse de manera subjetiva, el sentido que le dé cada una y cada uno. La dificultad es encontrar ese sentido. Siempre he tratado  desde pequeño me lo decía a mí mismo — de ayudar a la gente, de hacer feliz a la gente. Primero ellas y ellos, luego ya se verá.

¿Y cómo trata la gente de afrontar esos fantasmas? Aferrándose al fantasma del amor, al sabor de la mierda. Uno no controla lo que siente. Cuando se siente algo por alguien, ya sea esto amor o atracción, tienes dos opciones, dos caminos: una opción es ir a por ello, con lo cual surgirán dos posibilidades, una más probable que la otra. La menos probable es que salga bien, que seas correspondido/a. La más probable es que te des la hostia, para caer, caer, caer y volver a caer. Por lo tanto, en lugar de escoger este camino puedes escoger el otro: el camino de la represión, reprimir mentalmente ese sentimiento. El problema es que esto no es una tarea fácil, a veces es simplemente una lucha interna por olvidar aquello que anhelas. No obstante, si se elige este camino, existen una multitud de posibilidades, de las que distingo tres: puedes superar y abandonar esa ilusión, esperando a la próxima oportunidad; puedes amargarte toda tu vida, haciendo de una mala racha tu forma de ser, donde no vuelvas a concebir la posibilidad de una correspondencia; o puedes tirarte de un sexto piso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario